Tomo este tiempo para mi. Lo tomo, lo arrebato al tiempo y su carrera. Lo ingiero a sorbos grandes de la misma forma que bebo este café que me acompaña en las mañanas silenciosas. Lo tomo todas las mañanas como adicta y autómata que siente que lo necesita y no puede, no existe la posibilidad de cuestionar esa necesidad. ¿Acaso es necesario para justificar este arrebato de tiempo de mi vida?
La lluvia suena y qué sofocante se siente la habitación por haber cerrado las ventanas para que no entraran los goterones. También la cerré en “automático”. ¿Cuántas cosas hago de ese modo? En señal de rebelión la vuelvo a abrir. Ahora se moja la cortina. No me importa. Entra el aire y se escucha la hermosa melodía lluviosa. El aire un poco frío me hace bien.
Un señor plomero iba a venir temprano a arreglar una fuga de agua del baño. No llega aún y yo pienso que se va a mojar, que debe venir de su casa, de lejos, y la debe estar pasando mal. Yo estoy aquí, cómoda con un café caliente, un tiempo lujoso que me puedo robar, -o comprar-, un computador en una habitación ordenada. Apasionada amante de la lluvia que cierra la ventana a un metro de distancia, en “automática” señal de sobreprotección delicada. Pienso en el plomero de nuevo. Recuerdo la primera vez que supe, siendo muy joven, que en otros países un plomero puede lleva una mejor vida. Una vida como debe ser; una buena casa en un buen lugar, tener comida, a sus hijos en colegios, un carro, qué sé yo, no pasar necesidades. Verdaderas necesidades. Recuerdo que estaría de once o doce años y súbitamente me sentí en el lado injusto del mundo.
¡Ah! pero si sigo del lado injusto del mundo.
Llegó el plomero. Sincrónicamente esperó a que terminara de poner punto a la oración anterior. Le pregunté si se había mojado mucho, qué pregunta tan estúpida, algo para disimular mi sutil vulnerabilidad. Humilde respondió que un poco. Entra decente en mi casa a hacer el trabajo incómodo. Y yo me incomodo. Desde hace algunos meses decidí no volver a contratar a nadie para que hiciera el “trabajo sucio” que me corresponde. Mi compañero y yo limpiamos y ordenamos nuestra casa, lavamos nuestros baños, nuestra ropa, cocinamos nuestros alimentos. No entiendo por qué tendríamos que tener a otro ser limpiando nuestro inodoro y el mugre del que por pereza no queríamos encargarnos. Repetimos como autómatas lo que otros hacen. Y los otros repiten lo que “sus otros” han hecho antes. Así, de generación en generación, hasta el fin de un mundo que no ha logrado acomodarse.
Escribo mientras el hombre maneja herramientas. ¿Es un poco lo mismo? mi herramienta: la palabra. Alzo mi palabra, aunque a veces quiero guardarla. Demasiadas palabras aturden este mundo. Poco peso en tanta acumulacion. Poca verdad en tanto rodeo. Quisiera apagar las palabras de mi cabeza. Dame una herramienta, déjame arreglar el baño contigo. Sálvame. Vámonos juntos al lado justo del mundo.
Emma