(Impresiones sobre A contraluz, de Rachel Cusk)

Por muchos años pensé que se me notaba «la cara de psicóloga» porque la gente me contaba su vida sin que yo se lo pidiera. Subía a un taxi, hacía una fila para comprar un helado, iba a la peluquería, aparentaba leer revistas en salas de espera de médicos, y ahí estaba; una historia. Alguien sonreía, buscaba mi contacto visual y rápidamente se acomodaba en los relatos breves o largos, hilados o desconectados, espontáneos o medio planeados de sus vidas. Diría que este libro lo sentí cercano, cómo no iba a ser así si llevo muchos años escuchando historias de vida.

Pero esta cercanía no solo la encuentro en lo anecdótico y por demás bastante común de que alguien te quiera contar su vida, narrarse a sí mismo frente a otros, buscar algún tipo de vínculo con desconocidos; es la cercanía de la narradora principal, que amplifica para escuchar y es capaz de percibir lo que pasa en el ser de las personas, la que más me gustó al leer el libro de Rachel Cusk. Tiene la perspicacia del buen escucha que puede relatar acertadamente las formas en que los seres humanos intentan presentarse a otros, contar los retazos de sus historias de vida, sus escenas importantes, sus puntos de foco y también sus fondos difusos. Esta narradora puede escuchar las necesidades emocionales profundas, veladas y aligeradas de la charla casual. Y sin perdón, aunque tampoco castigo, hacer evidente las sutiles necesidades del ego, saber cuándo alguien miente, cuándo se camuflan intenciones en un relato, se exageran lugares de victima, se quiere rescatar al yo.

Es un repaso por identidades golpeadas por la vida, amigos y conocidos que surgen de encuentros casuales como el de un avión. Personas experimentando fracasos, divorcios, siendo padres o profesionales que de alguna manera han perdido el sentido. Una contemplación atenta de máscaras que operan en las narrativas cotidianas. Pero no es una serie de anécdotas sin ninguna estructura, aunque confieso que pasé un rato esperando el nudo de la historia, para luego reírme por dentro de lo adoctrinada que aún puedo ser como lectora. Hay un hilo de historias que concuerdan y conectan dándole una idea al lector sobre la verdad del momento de vida de su protagonista, la esencia de lo que no cuenta.

‘A contraluz’ parece una apología al acto de contar mismo. Ese juego de figura-fondo que se crea al narrar quien somos, incluso el borde con el que se topa la narradora cuando también ella es «leída» por los otros como un fragmento, como un perfil biográfico hecho de palabras que no la definen pero de las que se han convencido los demás. Así, se ve a sí misma como una silueta vacía, ajena a su propia sensación de sí. Por esto su nombre en inglés, Outline, que podemos traducir también como contorno, me convoca a la realidad de la obra; algo de la dificultad abismal de la línea que define nuestra forma y también marca los límites con la de los otros.

Por Emma Sánchez

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